El sonido son vibraciones que se hacen audibles. Si nuestro sentido del oído tuviera un mayor alcance y pudiera percibir todas las frecuencias con cualquier intensidad, oiríamos la música de las flores y las plantas, de las montañas y los valles, el cántico del cielo y de las estrellas, al igual que la sinfonía de nuestro propio cuerpo.
Los conocimientos de la moderna ciencia confirman todo lo que los místicos y sabios de todas las culturas sabían y han utilizado para la armonización, curación y ampliación de la conciencia del hombre: toda la vida de la creación es sonido.
La ciencia nos confirma que todas las partículas del universo, al igual que todas las fuerzas de radiación, todas las fuerzas naturales y cualquier información, reciben sus propiedades específicas por su estructura musical: por la frecuencia y el patrón, así como por los armónicos superiores de sus vibraciones específicas.
Efectivamente, el universo, de los miles de millones de posibles vibraciones físicas, elige con una frecuencia abrumadora (relación de uno a un millón) las pocas que poseen carácter armónico, las proporciones de las series de armónicos, de las escalas mayores, y en más raros casos, de las escalas menores, de las escalas de música sacra, de los ragas indios, etcétera.
Por ejemplo, los protones y neutrones del oxígeno vibran en una escala mayor; en el surgimiento de las plantas verdes vivas a partir de la luz y la materia se producen tritonos: cada flor y cada brizna de hierba canta de esta forma su propia canción, y todas estas canciones suenan conjuntamente armoniosas. Si no lo hicieran así, no prosperarían juntas, como efectivamente es el caso con algunas especies de plantas.
No obstante, no toda la música es adecuada para este fin. La música puede tener un efecto relajador y sedante; puede llevarnos a un estado de equilibrio y de armonía; puede ser vivificadora e inspiradora; o también ser superficial y trivial. Los sonidos inarmónicos pueden incluso provocar nerviosismo y agresividad, o una sensación de desconcierto o desanimo.
El efecto de los diferentes tipos de música se hizo palpable intuitivamente en numerosas demostraciones efectuadas con especies animales y plantas seleccionadas.
Por ejemplo, con música clásica, las gallinas ponen más huevos, y también las vacas dan más leche; por contra, con música de rock disminuye rápidamente la frecuencia de puesta de las gallinas, así como la producción de leche de las vacas. Las plantas que fueron rociadas durante un largo periodo de tiempo con música de rock se entristecían y crecían, creciendo en sentido opuesto al de los altavoces.
Por el contrario, ante la música clásica reaccionaban con un crecimiento más rápido y daban más hojas y frutos que las plantas del grupo de control que no fueron expuestas a ningún tipo de música.
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