Nada inhibe nuestra comprensión del mundo astral más allá de nuestras ideas preconcebidas sobre ella. Estos suelen ser miedos y creencias que traemos con nosotros desde la infancia, o que heredamos de la cultura popular. El mundo astral es una dimensionalmente diferente a nuestro mundo cotidiano, en tres dimensiones. Existe dentro una cuarta dimensión espacial, aunque este es el hogar de múltiples especies de seres no físicos. Algunos de estos seres han aprendido a interactuar con nuestro mundo físico. Por lo general se refieren a ellos como espíritus, fantasmas, ángeles o demonios.
Los seres humanos a lo largo de miles de años han explorado el contacto con el mundo astral. Ello desde brujas, sacerdotes, chamanes…etc. Ellos han aprendido a interactuar con estos reinos invisibles. El mundo astral no es siempre una influencia tóxica o el mal. En realidad, el mundo astral siempre ha coexistido nuestro mundo, jugando un papel importante y beneficioso en el proceso evolutivo físico. En muchos sentidos, el mundo astral puede ser el yin yang sensible al mundo material: es receptivo y fluido, en contraste con los límites estructurados y las leyes naturales construidas en un universo material.
Cuando un curador de la energía viene a través de los fenómenos astrales se pueden acoger a dicha interacción como punto de partida importante en la comprensión del desarrollo del cliente, a un nivel más profundo que la personalidad humana. El reino astral es como un socio vital en nuestro desarrollo del alma en curso, en lugar de un obstáculo a la misma. Para trabajar con lo Astral es trabajar con las fuerzas que te ayudan a desarrollar el crecimiento del alma, porque cuando trabajamos con los espíritus o energías astrales, estamos saliendo de las restricciones físicas impuestas sobre nosotros en nuestra corta vida y limitada. Estamos tocando profundamente en la inmortalidad espiritual, ya que nuestra identidad se disuelve y se reforman constantemente a través de la línea de tiempo.
Con esta experiencia se puede empezar a hacerse cargo de su vida, en lugar de ser un espectador a la misma.