Los olores agradables siempre se han asociado con el bienestar, con la armonía y la alegría de vivir. Las fragancias aromáticas se utilizaban para expulsar los malos espíritus, para invocar a los dioses y para que el hombre entrara en consonancia con las esferas celestiales. Griegos, egipcios, babilonios, indios y chinos, por nombrar sólo unos pocos pueblos, utilizaron las esencias aromáticas para corregir el desequilibrio en el hombre y para armonizar las energías, para curar y prevenir enfermedades, para purificar y depurar, para estimular y relajar.
Las esencias de las plantas, cada una con su propio mensaje, aguardan a poder servir al hombre con sus colores, sus sustancias activas y sus aromas, contribuyendo así a aportar a los tiempos futuros más armonía, salud, alegría de vivir y una conciencia mayor. Dado que las plantas hunden sus raíces en la tierra y dirigen sus hojas y flores hacia la luz, reciben el alimento de las energías del cielo y de la tierra, haciendo surgir de ellas belleza, color y aroma, y transmitiendo todo ello a los hombres. En sus esencias aromáticas, las plantas conservan su sustancia más íntima en estado de pureza intacta, para dejarla fluir generosamente en un momento dado. Su fragante alma se une con nuestras fuerzas espirituales y desencadena en nosotros procesos de transformación. Quizás ya hayas experimentado alguna vez cómo se transforma la atmósfera de una estancia cuando se propaga por ella el aroma de una barrita de incienso o de una lámpara aromática. En ese «clima» modificado nos sentimos más ligeros y sueltos; nuestro espíritu se hace más claro y nuestra capacidad de percepción más transparente.
Es como si la sutil, ligera y etérea sustancia de nuestra alma recordara que también ella tiene alas, que la gravidez y la oscuridad de los problemas agobiantes no pertenece a su auténtico ser, que es libre y puede elevarse por encima de los límites del espacio y del tiempo.